martes, 5 de abril de 2016

Discurso de Cantinflas

Señores Primer Ministro.

Señor Ministro de Relaciones Exteriores.

Señores Secretario General de la Asamblea.

Señores Representantes.

Estimados Colegas y Amigos.

Me ha tocado en suerte ser el último orador, cosa que me da mucho gusto, porque como quien dice “así no los agarro cansados”.

Sin embargo, sé que a pesar de la insignificancia de mi país, que no tiene poderío militar, ni político, ni económico, ni mucho menos atómico, todos ustedes esperan con interés mis palabras, ya que de mi voto depende el triunfo de los “verdes” o de los “colorados”.

Señores representantes, estamos pasando un momento crucial en que la humanidad se enfrenta ante la misma humanidad. Estamos viviendo un momento histórico en que el hombre científica e intelectualmente es un gigante, pero moralmente es un pigmeo. La opinión mundial está tan profundamente dividida en dos bandos, aparentemente irreconciliables, que se ha dado el singular caso de que un solo voto, el voto de un país débil y pequeño, pueda ser que la balanza se cargue de un lado o se cargue de otro lado.

Estamos, como quien dice, en una gran báscula, con un platillo ocupado por los “verdes” y con otro platillo ocupado por los “colorados”, que ahora llego yo que soy del peso pluma, como quien dice y según donde yo me coloque, de ese lado seguirá la balanza. Háganme el favor. Y no creen ustedes que es mucha responsabilidad para un solo ciudadano, porque además no considero justo que la mitad de la humanidad, sea la que fuere, quede condenada a vivir bajo un régimen político y económico que no es de su agrado, solamente porque un frívolo embajador haya votado o lo hayan hecho votar, en un sentido o en otro.

Por eso yo, el que les habla, su amigo, yo no votaré por ninguno de los dos bandos.

-¡Orden, señores, silencio por favor… orden!

Y yo no votaré por ninguno de los dos bandos, debido a tres razones:

Primero: Porque repito, que no sería justo que el solo voto de un representante, que a lo mejor está enfermo del hígado, decidiera los destinos de cien naciones.

Segundo: Porque estoy convencido de que los procedimientos, repito, recalco, los procedimientos de los “colorados” son desastrosos.

Y tercero: Porque estoy convencido de que los procedimientos de los “verdes”, tampoco son de los más bondadosos que digamos.

-¡Orden, señores, silencio por favor… orden!

Y si no se callan de plano, yo ya no sigo y se van a quedar con la sensación de saber lo que tenía que decirles.

Señores, Secretario… voy a sacar un martillo si se arma un relajo aquí.

Insisto que hablo de procedimientos y no de ideas ni de doctrinas. Para mí todas las ideas son respetables, aunque sean ideítas o ideotas y aunque no esté de acuerdo con ellas. Lo que piensa ese señor o ese otro señor, o ese señor, o ese de allá de bigotitos que no piensa nada porque ya se nos durmió… Y eso no impide que todos nosotros seamos muy buenos amigos, todos creemos que nuestra manera de ser es nuestra manera de vivir, nuestra manera de pensar y hasta nuestro modito de andar, son los mejores. Y de chaleco tratamos de imponérselo a los demás, y si no los aceptan, decimos que son unos tales por cuales y al ratito andamos a la greña. ¿Ustedes creen que eso está bien? Tan fácil que sería la existencia si tan sólo respetásemos el modo de vivir de cada quien. Hace 100 años ya lo dio una de las figuras más humildes, pero más grandes de nuestro Continente: “El respeto al derecho ajeno, es la paz”.

Así me gusta… No que me aplaudan, pero sí que reconozcan la sinceridad de mis palabras.

Yo estoy de acuerdo con todo lo que dijo el señor representante de Salchichonia, con humildad. Humildad de albañiles no agremiados debemos de luchar por derribar la barda que nos separa, la barda de la incomprensión, la barda de la mutua desconfianza, la barda del odio. El día que lo logremos podemos decir que nos volamos la barda.

Pero no la barda de las ideas, eso no, nunca. El día que pensemos igual y actuemos igual, dejaremos de ser hombres para convertirnos en máquinas, en autómatas.

Ese es el grave error de los “colorados”. El querer imponer por la fuerza sus ideas y su sistema político y económico. Hablan de libertades humanas, pero yo les pregunto: ¿Existen esas libertades en sus propios países? Dicen de vender los derechos del proletariado, pero sus propios obreros no tienen ni siquiera el derecho elemental de la huelga. Hablan de la cultura universal al alcance de las masas, pero encarcelan a sus escritores porque se atreven a decir la verdad. Hablan de la libre determinación de los pueblos y sin embargo, hace años que oprimen una serie de naciones impermitibles que se ve en la forma de gobierno que más les convenga.

¿Cómo podemos votar por un sistema que habla de dignidad y acto seguido atropella lo más sagrado de la dignidad humana que es la libertad de conciencia, eliminando o pretendiendo eliminar a Dios por decreto?

No, señores representantes, yo no puedo estar con los “colorados” o mejor dicho, con su manera de actuar. Respeto su modo de pensar, allá ellos. Pero no puedo dar mi voto para que su sistema se implante por la fuerza en todos los países de la tierra.

El que quiera ser “colorado”, que lo sea, pero que no pretenda teñir a los demás.

¡Un momento, un momento, jóvenes, hombre, por qué tan sensitivos, hombre pos si no aguantan nada! No, no he terminado, tomen asiento, ya sé que es costumbre de ustedes abandonar esas reuniones en cuanto oyen algo que no es de su agrado. Pero no he terminado. Tomen asiento. No sean precipitosos, todavía tengo que decir algo de los “verdes”. No les gustaría escucharlo. Siéntense… también le hago al ruso.

A jigo, si es vodka… tramposos…

Y ahora, mis queridos colegas “verdes”, ustedes qué dijeron, ya votó por nosotros… Pues no, jóvenes. Y no votaré por ustedes porque ustedes también tienen mucha culpa de lo que pasa en el mundo. Ustedes también son medio soberbios, como que si el mundo fueran ustedes y los demás tienen una importancia muy relativa. Y aunque hablan de paz y de democracia y de cosas muy bonitas, así también pretenden imponer su voluntad por la fuerza, por la fuerza del dinero. Yo estoy de acuerdo con ustedes en que debemos de luchar por el bien colectivo e individual, en combatir la miseria y resolver los tremendos problemas de la vivienda, del vestido y del sustento. Pero en lo que no estoy de acuerdo con ustedes, es en la forma que ustedes pretenden resolver esos problemas. Ustedes también han sucumbido ante el materialismo, se han olvidado de los más bellos valores del Espíritu, pensando sólo en el negocio. Poco a poco se han ido convirtiendo en los acreedores de la humanidad y por eso la humanidad los ve con desconfianza.

El día de la inauguración de la Asamblea, el señor Embajador de Loradonia dijo que el remedio para todos nuestros males estaba en tener automóviles, refrigeradores, aparatos de televisión. Y yo me pregunto: Para qué queremos automóviles si todavía andamos descalzos; para qué queremos refrigeradores si no tenemos alimentos que meter dentro de ellos. Para qué queremos tanques y armamentos si no tenemos suficientes escuelas para nuestros hijos.

Dejamos de pugnar porque el hombre piensa en la paz, pero no solamente impulsado por sus instintos de conservación, sino fundamentalmente por el deber que tiene de superarse y de hacer del mundo una morada de paz y tranquilidad cada vez más digna de la especie humana y de sus altos destinos. Pero esta aspiración no será posible si no hay abundancia para todos, bienestar común, felicidad colectiva y justicia social.

Es verdad que está en manos de ustedes, los países poderosos de la tierra, “verdes” y “colorados”, el ayudarnos a nosotros los débiles, pero no con dádivas, ni con préstamos, ni con alianzas militares. Ayúdennos pagando un precio más justo, más equitativo por nuestras materias primas. Ayúdennos compartiendo con nosotros sus notables adelantos en la ciencia, en la técnica, pero no para fabricar bombas, sino para acabar con el hambre y con la miseria. Ayúdennos respetando nuestras costumbres, nuestras creencias, nuestra dignidad como seres humanos y nuestra personalidad como naciones, por pequeños y débiles que seamos.

Practiquen la tolerancia y la verdadera fraternidad que nosotros sabremos corresponderles, pero dejen ya de tratarnos como simples peones de ajedrez en los tableros de la política internacional. Reconózcannos como lo que somos, no solamente como clientes o como ratones de laboratorios, sino como seres humanos que sentimos, que sufrimos y lloramos…

Señores representantes:

Hay otra razón más por la que no puedo dar mi voto, hace exactamente 24 horas que presenté mi renuncia como embajador de mi país, espero me sea aceptada.

Consecuentemente no les he hablado a ustedes como excelencia, sino como un simple ciudadano, como un hombre libre, como un hombre cualquiera, pero que sin embargo, cree interpretar el máximo anhelo de todos los hombres de la tierra, el anhelo de vivir en paz, el anhelo de ser libre, el anhelo de legar a nuestros hijos y a los hijos de nuestros hijos, un mundo mejor en el que reine la buena voluntad y la concordia. Y que fácil sería, señores, lograr ese mundo mejor en que todos los hombres, blancos, negros, amarillos y cobrizos, ricos y pobres, pudiésemos vivir como hermanos, si no fuéramos tan ciegos, tan obcecados, tan orgullosos. Si tan sólo rigiéramos nuestras vidas por las sublimes palabras que hace 2 mil años dijo aquel humilde carpintero de Galilea:

“Sencillo, descalzo, sin frac ni condecoración, amaos los unos a los otros”.

Pero desgraciadamente ustedes entendieron mal, confundieron los términos y qué es lo que han hecho, qué es lo que hacen “armaos los unos contra los otros…”

He dicho…

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